noviembre 02, 2010

Despedida

Fluye, despacio, con ritmo y suavidad a través de sus venas. Siente como cada parte del cuerpo se contagia de tan encantadora sensación. Comienza a sentir el efecto, por ratos agradable y otras veces molesto.

Ella está recostada sobre el sillón, ese viejo mueble que alguna vez fue el refugio para un par de enamorados, para sus deslices y pasiones, incluso para sus desencuentros.

Ahora sólo funciona como un objeto más de esa artificial escena: las lágrimas en los ojos, esa aguja tirada junto a su brazo colgante, el cliché del amor: “me ha dejado, no quiero vivir más”.

La noche se ha desvanecido lentamente y cada minuto ha coqueteado disimuladamente con las diminutas manecillas del reloj de mano que se encuentra sobre la mesa de cristal. Ella ya no escucha, se aleja pero regresa con cada respiro, intenta incorporarse mientras su cabeza le dice “ya no más”.

Es media noche y aquella habitación oscura, iluminada por una lámpara antigua y sucia, se ha convertido en el abrigo perfecto para una mujer que se ha perdido entre el dolor de su cuerpo y el de su corazón.

La noche anterior todo era perfecto: las estrellas perecían sonreírle con su destello de luz, la luna nueva auguraba el comienzo de una nueva etapa en su vida y cada latido de su corazón coordinaba con los respiros de amor.

Pero algo sucedió. El cambio fue tan inesperado como lo fue la lluvia de aquella madrugada. La utopia desapareció, la vida de aquella princesa ensombrecida cambió después de la despedida, ausente, de su amor.

Jamás regresó. El mismo que había ofrecido castillos entre nubes, una vida rosa en medio de un país gris había desparecido.

La promesa de un amor esporádico que jamás hallaría el ocaso se escondió en un laberinto enfermizo donde jamás se encontrarían pero del que tampoco saldrían.

Ella, sin poder evitarlo, sólo se dejó arrastrar. Cada nuevo callejón de ese laberinto la adentraba más a su perturbado estado. No podía más, sólo pudo encontrar una jeringa, un polvo blanco, un…

La televisión y sus infomerciales se percibían lejanamente. Ella sólo podía ver sus espectros y alucinaciones más concurridas desde la infancia. No podía respirar, el aire estaba viciado, su sangre contaminada y su corazón latía cada vez más despacio.

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