agosto 16, 2010

Estás aquí, en mi piel

Cierra los ojos. El calor de sus besos la transporta hacia otro lugar, quizá sea que le recuerda al día en que lo conoció, ese momento en el que aquel Dios bajó del Olimpo y la sostuvo entre sus brazos, dejándola respirar un delicado aroma a café.

La cuenta se perdió desde que ella decidió dejar todo atrás para entregarse a él. Recuerda que fue un jueves.

Llovía, no pudo haber mejor escenario. Caminaba debajo de los árboles e imaginaba que todo lo que la rodeaba no era más que un perfecto mundo de fantasía. Se dirigió lentamente hacia una banca que se encontraba en medio de aquellos murmullos verdes que soplaban y a ratos lloraban. Halló un pequeño espacio para sentarse. Sacó un libro y comenzó a hojearlo como si intentara encontrar las respuestas a sus eternas preguntas o, incluso, señales que le hablaran de su futuro.

“Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. Alzó la mirada: un periódico, un café y esos ojos, sintió un escalofrío.
¿Quién era? No lo sabía (o mejor dicho, no lo había reconocido). Él la miró. Ella disimuló y clavó su mirada entre las páginas del libro.
Preguntas, una plática forzada y mil pensamientos que cruzaron por la mente de esa joven que no se atrevió a expresar.

—Claro, platiquemos. — Comenzaron a caminar hacia una fuente no muy lejos del lugar de su primer encuentro. Algo en él lo delataba: parlanchín, coqueto, todo un sueño. Él se acercaba sutilmente, al mismo tiempo que ella se alejaba, aunque en realidad quisiera lo contrario.

Ella jamás imaginó que después de haberlo visto tantas veces y por tanto tiempo detrás del mostrador, parecido a un muñeco anhelado por más de una niña, lo tendría tan cerca. Él y su 1.80 de altura, piel morena clara, barba y cabello rizado, una sudadera azul marino y esos labios que prometían un sabor a caramelo, una boca que incitaba a una aventura a lo desconocido, al deseo.

Accedió, no había más. Aquél hombre conocido pero sin nombre había logrado cautivarla y ella no pudo evitar caer en la tentación. Caminaron por algunas calles de aquel tranquilo lugar, como “Encantada” felicidad, la calle. Sostuvieron sus manos, unieron sus labios, la lluvia no hacía más que darles el fondo ideal para un encuentro que no llegaba a ser del todo amoroso.

Recorría su cintura, su cuello, cada parte del cuerpo. La fusión de dos mundos desconocidos llegó, cada parte de ella se mezcló en él, cada respiro se volvió un suspiro y todo alrededor parecía ser de cristal, tan frágil felicidad.