enero 01, 2011

Sin más

Ha comenzado el año. La cuenta regresiva me ha dejado sin aliento. La almohada a la que estoy abrazada me ha impedido darme cuenta del vacío que hay realmente entre mis brazos. Tu cuerpo se ha esfumado y mis lágrimas se han terminado.

Me dejaste sin palabras. El final de mi camino estaba siempre en ti: en una esquina, en el parque, en una banca cualquiera o en una tienda. La lluvia, el sol, el viento y cada día olía a ti, a tus abrazos, a tu cuello. Cada sensación me remontaba a tu forma de hacer el amor, a la paciencia que tenías, a los detalles que procurabas y a cada cuidado que tú me dabas.

¿Por qué el final triste? Por mis tonterías. Sabía que tú eras la persona perfecta para mí, desde el momento en que coincidimos en aquél lugar supimos que existía —tiempo atrás— una magia que nos unía y que jamás desaparecería. Pude creer por primera vez en el destino. En que sin buscarte aparecerías en el momento indicado, en que quizá formaste parte de mis vidas pasadas y en ésta nos volvimos a reunir.

Me hiciste parte de ti, de tu vida, de tus formas y maneras. Yo no me resistí, estaba enamorada de ti. Sin embargo, yo no pude ni quise hacerte parte de mi vida. Era feliz con lo que me dabas, pensé que era suficiente lo que yo te daba. Nunca recibí queja ni petición de algo más.

Ahora que siento las sábanas frías y que el calor de tu cuerpo no está, me doy cuenta de todo. Creí que tu petición de matrimonio era una broma más, sin saber que mientras bromeabas dejabas sacar tu lado más sentimental, tu forma más simple de querer —pero también la más maravillosa—.

Sólo te dejé partir. Me alejé de tu vida sin decirlo, no hubo despedidas, abrazos, adiós. Simplemente me alejé de nuestro lugar especial, de lo que tú y yo habíamos construido, lo que yo enterré en el olvido. Ni una foto, ni una carta. Solo el recuerdo de tu piel en mi piel, de lo que soñamos juntos, de lo que jamás se repetirá.