abril 12, 2016

Muertos


El Mago ha muerto. Aquél hombre «flacucho y de ojos grandes» se ha vuelto sólo parte de un recuerdo confuso entre el sueño y la realidad.

Probablemente haberlo amado, haberlo vivido, haberlo sentido fue parte de una de las experiencias más conmovedoras que cualquiera pudiera imaginar. La paz de su compañía, la calma de su voz, el calor de su mirada. No es difícil augurar que tras aquél encuentro radiante, la esperanza de lo imposible apareciera. Ante el amor, la valentía se hace presente y se dispone a luchar contra cualquier infortunio. La magia se enciende y la vida no es más que un vaivén entre el gozo y el placer.

Pero a la realidad le da por detener aquél ritmo perfecto y de pronto un día, tras varias lunas llenas de nostalgia, te lleva a caer en la cuenta de que pese a todo pronóstico el Mago se ha sumado a la lista de muertos, a la lista de aquellas personas que fueron pero ya no son y seguramente no serán.

Que el cuerpo y alma que fueron amados, besados, idolatrados sólo son parte de un algo ahora inexistente, de un algo que poco a poco se desvaneció entre el tiempo, la distancia, el rencor y la tristeza. Porque ya no es, porque ya no eres. Esa magia que se encendía entre aquellos dos cuerpos agotó todo incluso el amor, incluso la esperanza.