marzo 25, 2010

Composición de una Galleta [yo]

Entre recuerdos y sueños

El sonido de un viejo reloj de pared que parece detenerse poco a poco, la luz de luna que se vislumbra a través de las cortinas de la recámara, una cama fría que hace mucho dejó de ser el mejor sitio para descansar y se transformó en el lugar predilecto de las utopías. Ella mira la hora —12:43 a.m. —, se pierde entre números y fechas olvidadas, entre caras y nombres, entre recuerdos y sueños.

Abre los ojos. Es sábado y llueve, pero ella no está conciente de nada más. Sólo mantiene fija su mirada en el joven que está junto a ella y le sonríe. Ella no corresponde a su sonrisa no porque en verdad haya logrado olvidarlo, sino porque no quiere caer de nuevo en su trampa.

Se dirigen hacia una cafetería cercana y mientras cruzan una calle él se acerca y la abraza. Ella no sabe cómo reaccionar o qué decirle. Tiembla, cada músculo de su cuerpo se contrae al sentir su respiración en su cuello y su corazón junto a su pecho.
Después de salir de aquella cafetería, él toma sus manos y la jala hacia una banca vacía. No importa si el cielo se cae, ellos se han vuelto uno. Acaricia suavemente sus manos pero ella quiere quitarlas. Muerde uno de sus labios como invitando a probarlos, muestra su lengua con un jugueteo insinuante que hace que ella sienta latir su corazón más rápido.

Un segundo le bastó para entender que él era su todo. La despedida después de aquel increíble día en su vida fue lo que más le dolió porque —ahora lo sabe— el recuerdo de lo vivido se fue con las lágrimas que ella derramó al despedirse y dar la media vuelta.

Llora en silencio en medio de su habitación. Fueron cinco minutos de recuerdos o quizá sueños, ya no lo sabe. Lo único seguro es su presente y esas lágrimas que salen de lo más profundo de su alma. Voltea la almohada, quita las cobijas de su cama y se envuelve sólo con la sábana.

Es un día nublado, como todos los días en Nauzontla, un pequeño pueblo perdido entre la Sierra Norte de Puebla. Ese lugar siempre le había disgustado porque el viaje de cuatro horas se le hacía más que tedioso., no conocía a nadie y —como todo pueblo— no tenía televisión, radio o luz. Pero en esta ocasión era diferente.


Ella, a sus once años, se encuentra sentada en una escalera de piedra mientras observa el paisaje: nubes que tocan el suelo, sembradíos de milpa, la torre de una iglesia que podría pasar por castillo, una infinita carretera que se pierde entre las montañas y el cuerpo de su abuela paterna en la casa contigua.

En tres meses la vida “perfecta” que creía tener de desvaneció, las palabras cáncer y muerte se volvieron estigmas para ella de los que no quiso saber hasta mucho tiempo después. Los recuerdos de la calle frente a los Viveros de Coyoacán en la que vivía se volvieron una sombra para ella porque, después de la muerte de su abuela, se mudó de casa y su vida no volvió a ser la misma.

Aún así, ella soñaba con su mundo de fantasía en el que era feliz: con su calle en la que aprendió a andar en bicicleta y patinar, por la que caminaba con su madre para ir a la Casita del Pan o por la que veía llegar a su abuela del mercado.

En ocasiones también tenía pesadillas en las que se sentía mal por no haber llorado por su abuela. En una de ellas la vió, sentada en su cama y llamándola, pero tuvo que salir corriendo porque el remordimiento no la dejaba. La quería, más de lo que ella pensaba, pero no tenía idea de lo que perdía, no estaba conciente de que jamás volvería a verla, de que no habría más cariño de su parte, de que perdería a una de las personas más importantes de su vida.

Ahora son 12:58, las lágrimas esta vez no salen. Ella sabe que aunque le digan que fue mala con su abuela ésta sabía lo mucho que la quería. Sus juegos, sus regalos, sus conversaciones son algo que jamás olvidará.

Esta vez no cierra los ojos. Sólo piensa en su hermano. Tres meses después de la muerte de su abuela nació él. Aún no olvida las palabras que escuchó en algún lugar y que intentaron consolarla: “Tuviste una pérdida, pero a cambio recibiste a un angelito”. Ella no lo ve así. Su hermano no podrá llenar jamás el espacio que su abuela dejó, lo que no hace que deje de amarlo y de dar su vida por él. Llora, le gustaría que su hermano jamás sufriera, que fuese eterno.

Ya son las dos de la mañana y está desesperada. Necesita dormir pero no puede. Una nueva ola de recuerdos la invaden. De esos recuerdos que se confunden con alucinaciones y que la hacen dudar de su propia existencia, que le hacen repetirse una y otra vez dónde quedó aquella niña de la que no recuerda casi nada, de la adolescente sensible y silenciosa que se desvaneció lentamente.

Tres asaltos, una canción más que insinuante, una pasión desenfrenada por la música —aunque ella no toque instrumento alguno— son sólo algunas de las cosas que han cambiado su perspectiva del mundo en menos de un año. Todo esto ha provocado que vea la vida, su vida, desde una perspectiva diferente porque, aunque nadie lo note, ella ha cambiado.

Cierra los ojos y pierde por completo la noción del tiempo. Diez, veinte minutos o quizá una hora, es igual. Ella ha dejado de etiquetar los cambios, ahora sólo acumula experiencias que le ayuden a ser feliz.

Pero, justo en ese momento en el que pierde toda dirección y tiempo, ¿con quién se queda? Además de su familia, están sus amigos. Está su mejor amiga, Lucero, a quien conoció en la secundaria y quien le ha ayudado a entenderse; las 6 de la 6 con las que ha compartido experiencias irrepetibles y de apoyo incondicional; Alfredo, su mejor amigo, su mejor conocedor, él sabe cómo reacciona ella, qué siente, por quién lo siente, es la persona que siempre la escucha, le aconseja, la regaña y la hace mantenerse en la realidad.

La hora ya no importa. Ella se aferra a todo lo que esa noche pudo recordar o tal vez soñar. Quizá sea cierto lo que le dicen cuando le preguntan por el significado de “chokis” o “coco banana”, de su eterna sonrisa o simplemente de sus manías. “Estás loca”. Puede ser, quizá por eso ella está en medio de ese cuarto inexistente con paredes blancas, en el que puede creer que su vida es diferente.

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